Escuela de padres

Desde la sala de partos se escucha el llanto del bebé y la familia, todos, los padres, abuelos, tíos y amigos se alegran con estos jóvenes padres primerizos que pronto se llevarán la criatura a su casa. Después viene lo de siempre (los regalos, los consejos, los comentarios acerca de a quién se parece, los preparativos para el bautizo…) y finalmente comienza la vida normal.

Salvo que las cosas ya no son como antes…. De noche hay que levantarse. Los bebés suelen padecer de cólicos del lactante y no dejan dormir a nadie. A veces se lleva al bebé a pasear un domingo soleado y no deja de llorar, y nadie sabe porqué… y los demás transeúntes lo miran con cara de «por qué no se ocupa…» Peor es si le toca viajar en avión con la criatura que aún no comprende el porqué de los efectos del cambio de presión en sus oídos, y los demás pasajeros lo miran con cara rara.

Los años pasan, y antes de que nos diésemos cuenta el «bebé» ya está enorme. La gente lo ve y dice: «cómo pasa el tiempo!». Se hacen muchísimas preguntas a lo largo de su crecimiento relacionadas con su desenvolvimiento. En fin, nadie es experto en todo, ni tampoco fuimos a una «Escuela de padres», así que tenemos derecho a no saber ciertas cosas.
Las preguntas de orden médico las solventamos con el pediatra o con quien el nos aconseje, y las preguntas acerca de la educación? Pues…. las respondemos solos, «a oído»… 

«¿Perdon?» – dira usted. «¿A qué preguntas se refiere?»

– Bien, la maestra me dice que es un poco agresivo con los compañeros, que el rendimiento podría ser superior, que no trae los deberes hechos, que está dormido en clase…

– En casa está levantado hasta cualquier hora, lloriquea y patalea para conseguir lo que quiere… y lo consigue.

– Está permanentemente descontento. Por la mañana le cuesta levantarse.

– ¿Que hago? ¿Lo obligo o va a ser contraproducente?

– ¿Lo mimo o le reto? ¿Lo incentivo con premios, o le castigo cuando «se hace el tonto»? ¿Lo dejo más tiempo con el ordenador porque «le va a servir en la vida» o es un simple vicio? ?Le mando a hacer deporte para que «fogue»? ¿Qu? deporte, dónde? ¿Lo dejo que salga con quien quiera, o le elijo yo los amigos? ¿Les permito que paseen solos? ?Los dejo ir a los jueguecitos electr?nicos «porque no puede crecer en una burbuja de cristal y debe saber c?mo es el mundo para defenderse solo en la vida» o me dejo asustar por la gente que anda por allí?

– ¿Le pongo la «tele»? ¿Y qué programas le pongo? Si lo acompaño a todos lados para cuidarlo… ¿se va a sentir «raro» porque lo protego exageradamente y me va a odiar en el futuro?

Sin duda, estas son algunas de tantas preguntas que oigo a mis pacientes. Otros padres parecen «tenerlo claro» y saben siempre que hacer, quizás prefieren no dudar…. Para aquellos padres responsables, una opción seria y con expertos en educación especial; pediatras, médicos, psiquiatras y psicólogos, la encontrará en nuestra escuela de padres.
En función de las palabras que dirigimos a los niños podemos comunicar una actitud de escucha o, por el contrario, de ignorancia y desatención.
Según analiza el psicólogo K. Steede en su libro Los diez errores más comunes de los padres y cómo evitarlos, existe una tipología de padres basada en las respuestas que ofrecen a sus hijos y que derivan en las llamadas conversaciones cerradas, aquellas en las que no hay lugar para la expresión de sentimientos o, de haberla, éstos se niegan o infravaloran:

  • Los padres autoritarios: temen perder el control de la situación y utilizan órdenes, gritos o amenazas para obligar al niño a hacer algo. Tienen muy poco en cuenta las necesidades del niño.
  • Los padres que hacen sentir culpa: interesados (consciente o inconscientemente) en que su hijo sepa que ellos son más listos y con más experiencia, estos padres utilizan el lenguaje en negativo, infravalorando las acciones o las actitudes de sus hijos. Comentarios del tipo «no corras, que te caerás», «ves, ya te lo decía yo, que esa torre del mecano era demasiado alta y se caería» o, «eres un desordenado incorregible». Son frases aparentemente neutras que todos los padres usamos alguna vez.
  • Los padres que quitan importancia a las cosas: es fácil caer en el hábito de restar importancia a los problemas de nuestros hijos sobre todo si realmente pensamos que sus problemas son poca cosa en comparación a los nuestros. Comentarios del tipo «¿bah, no te preocupes?, seguro que mañana volvéis a ser amigas!», «no será para tanto, seguro que apruebas, llevas preparándote toda la semana», pretenden tranquilizar inmediatamente a un niño o a un joven en medio de un conflicto. Pero el resultado es un rechazo casi inmediato hacia el adulto que se percibe como poco o nada receptivo a escuchar.
  • Los padres que dan conferencias: la palabra más usada por los padres en situaciones de «conferencia o de sermón» es: deberías. Son las típicas respuestas que pretenden ense?ar al hijo en base a nuestra propia experiencia, desdeñando su caminar diario y sus caídas. Por último, hay que mencionar la cantidad de situaciones en las que la comunicación es sinónimo de silencio (aunque parezca paradójico). En la vida de un hijo, como en la de cualquier persona, hay ocasiones en que la relación más adecuada pasa por la compañía, por el apoyo silencioso. Ante un sermón del padre es preferible, a veces, una palmada en la espalda cargada de complicidad y de afecto, una actitud que demuestre disponibilidad y a la vez respeto por el dolor o sentimiento negativo que siente el otro.

 

Consejos prácticos

  1. Observar el tipo de comunicación que llevamos a cabo con nuestro hijo. Dediquemos unos días de observación libre de juicios y culpabilidades. Funciona muy bien conectar una grabadora en momentos habituales de conflicto o de sobrecarga familiar. Es un ejercicio sano pero, a veces, de conclusiones difíciles de aceptar cuando la dura realidad de actuación supera todas las previsiones ideales.
  2. Escuchar activa y reflexivamente cada una de las intervenciones de nuestros hijos. Valorar hasta qué punto merecen prioridad frente a la tarea que estemos realizando; en cualquier caso, nuestra respuesta ha de ser lo suficientemente correcta para no menospreciar su necesidad de comunicación.
  3. Si no podemos prestar la atención necesaria en ese momento, razonar con él un aplazamiento del acto comunicativo para más tarde. Podemos decir simplemente: «dame 10 minutos y enseguida estoy contigo». Recordemos después agradecer su paciencia y su capacidad de espera.
  4. Evitar emplear el mismo tipo de respuestas de forma sistemética para que nuestro hijo no piense que siempre somos autoritarios, le hacemos sentir culpable, le quitamos importancia a las cosas o le damos sermones.
  5. Dejar las culpabilidades a un lado. Si hasta hoy no hemos sido un modelo de comunicadores, pensemos que podemos mejorar y adaptarnos a una nueva forma de comunicación que revertir en bien de nuestra familia suavizando o incluso extinguiendo muchos de los conflictos habituales con los hijos.
  6. Cuando decidamos cambiar o mejorar hacia una comunicación más abierta, es aconsejable establecer un tiempo de prueba, como una semana o un fin de semana, terminado el cual podamos valorar si funciona o no y si debemos modificar algo más. Los padres tenemos los hábitos de conducta muy arraigados y cambiarlos requiere esfuerzo, dedicación y, sobre todo, paciencia (!con nosotros mismos!).

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